Este es el mensaje que recoge un descolorido trozo de papel situado a la derecha de la escalera de lo que parece ser la puerta de entrada a lo que muchos han dado en llamar el Parc de Cabanes en Argelaguer.
Esta obra iniciada hace más de 35 años por Josep Pujiula más conocido en la comarca como “El hombre de las cabañas” o “El Garrel” ha conseguido llamar la atención de propios y extraños como no podía ser de otra forma.
No tanto por lo curioso que puede resultar la utilización de ramas, maderas y ruedas como única materia prima para la construcción de un parque de tal magnitud, sino porque todo lo ha hecho completamente solo.
La única ayuda que confiesa haber tenido en todos estos años es la de su martillo, unas tenazas, una sierra, sus manos y grandes dosis de imaginación, cosa que se palpa con solo iniciar el recorrido.
La primera sorpresa no se hace esperar, nada más ascender por la escalera de acceso, llegas a una choza de pequeñas dimensiones, que aún teniendo la sensación de encontrarte en un lugar completamente abandonado, parece que alguien se ha encargado de decorar de forma incoherente.
La choza cuentan con cuadros, máscaras, objetos y muebles, pero éstos han sido puestos sin ningún orden ni sentido.
Las barandillas que también están hechas con ramas de árbol, se encuentran adornadas con lo que parece ser una colección de bastones cuya empuñadura va desde una simple pata de cabra hasta cabezas de gallinas disecadas.
De la puerta como a modo de aviso, cuelga una escopeta de perdigones en perfecto estado, acompañada al otro lado por un cráneo de animal con dos generosos colmillos de una especie imposible de determinar.
El recorrido dura lo que tú quieras o lo que tardes en encontrar la salida, tarea nada fácil, según algunos visitantes.
Aunque a veces se ve a Josep por el lugar dando rienda suelta a su imaginación e intentando complicar algún túnel, éste no se hace responsable de nada de lo que pase dentro, ya que las tierras donde ha construido el parque no son suyas y esto tan solo es su hobby, por lo tanto que entres, depende de ti.
Aunque la entrada es gratuita, hay un buzón para los posibles donativos que realicen los satisfechos visitantes.
El laberinto no cierra nunca, se puede visitar a cualquier hora del día o la noche, pero el recorrido conviene realizarlo con luz, a ser posible en días soleados con suelo seco, equipados con calzado apropiado y provistos de agua.
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