jueves, 29 de enero de 2009

La tradicion perenne - la tradicion primordial

Agustín López Tobajas:

«la catástrofe, no es que Occidente se hunda, sino que subsista»,

No es doctor, ni aficionado a la naturopatía ni nada parecido. Es un experto en la Tradición Primordial. Aqui nos explica que nuestro mundo está enfermo.
Físicamente, sí, pero, sobre todo, nuestro mundo está enfermo espiritualmente...
Agustín López Tobajas es uno de los más lúcidos introductores en España de lo que se conoce por Tradición Perenne “el legado procedente de una revelación primordial que las diversas culturas y civilizaciones han ido transmitiendo a sus descendientes a lo largo de la historia; legado que se articula en una serie de doctrinas, métodos y pautas para la realización espiritual que, adaptándose a las particulares circunstancias de cada cultura son, sin embargo, idénticos en lo esencial como expresiones diversas de una Verdad única”.

Ha publicado Manifiesto contra el progreso (José J. de Olañeta, Editor-2005), un contundente volumen en el que el autor explica muy bien por qué el mundo actual camina hacia su destrucción, si bien, para López Tobajas, «la catástrofe, en definitiva, no es que Occidente se hunda, sino que subsista», pues «que el mundo moderno se desmorone es, en todo caso, la única esperanza para quienes mantienen viva alguna fe en la humanidad».
¿Cómo puede vivir saludablemente un mundo corrompido espiritualmente hasta el tuétano? ¿Existe la salud en un mundo enfermo? Tal vez el camino esté en escapar a Oriente, sí, pero, como muy bien dice Agustín López, «un Oriente que no se encuentra, ciertamente, en los mapas, y al que los pueblos de todos los tiempos han nombrado de formas diversas:

Ítaca, Hiperbóreas, Avalon, Shambala, Thule, Salem, Aztlán, Hurqalyá... Ese «Oriente, que nada tiene que ver con nuestra geografía física, es el lugar por donde despunta, en el alma extranjera capaz todavía de nostalgia, la luz del dios que le ha de salvar».


-"Los mayores problemas que hoy asuelan a nuestro planeta y a la Humanidad no son la energía nuclear, los alimentos transgénicos, la polución química o un sistema sanitario basado en el fraude de las empresas farmacéuticas, sino los paradigmas(modelos) que nos han conducido hasta aquí.

¿Cuándo y cómo surge una sociedad que está arrastrando al planeta y a todos sus habitantes a la destrucción?

-Es difícil responder a esa pregunta de forma muy concreta. Tal vez la historia de la humanidad sea la historia de una continuada decadencia desde sus orígenes hasta la actualidad. Ya sé que esta tesis será inaceptable o ridícula para muchos, pero nuestra visión de la historia puede estar llena de prejuicios, empezando por la generalizada idea de que el nivel de desarrollo tecnológico es una medida del nivel de inteligencia. Acaso sea más bien lo contrario.

De cualquier modo, parece claro que el Renacimiento supuso una ruptura con lo que podríamos llamar el «mundo tradicional».

El Renacimiento fue una época brillante en ciertos aspectos, pero su «humanismo» llevaba implícita una gran dosis de orgullo y arrogancia, un cierto titanismo que ha marcado decisivamente toda la historia posterior de Occidente.

La Ilustración, afirmando los derechos absolutos de la razón, fue un peldaño más en la caída.
Otro salto se produciría con la Revolución Industrial; ahí comienza el imperio de la máquina y se consuma un cambio radical en la forma de vida. Es decir, limitándonos a los últimos siglos, más que un momento decisivo, habría ―yo creo― un hundimiento progresivo con saltos más o menos significativos. Cabría preguntarse por qué la conciencia occidental decidió emprender ese camino frente al resto de civilizaciones y culturas, pero yo, por supuesto, no tengo respuesta para eso... No lo sé.
En todo caso, ni la modernidad es el Mal absoluto, ni las culturas premodernas son el Bien absoluto. Para mí la cuestión es que el progreso nos ha arrebatado un mundo que, con todas sus limitaciones, era cien veces preferible a éste con todos sus «avances».
De hecho, aquel mundo permitía o hacía posible el acceso al sentido, a la plenitud espiritual, y el que ahora vivimos parece empeñado en impedirlo. Ésa es la diferencia.

CAMINO DE LA ENFERMEDAD
En el contexto de lo sanitario, como en tantos otros, parece que el desarrollo económico nos conduce a vivir cada día peor.
Se multiplican las pandemias, crece el número de pobres, las hambrunas azotan a los países empobrecidos, la sequía amenaza a miles de millones de personas, somos más estériles, se disparan las tasas de enfermedades degenerativas y las enfermedades mentales devastan a la población.

Todos estos problemas tienen un claro origen antropogénico. Usted señala que «hablando en términos generales, la riqueza no genera más que estupidez y perversión». ¿Y decadencia y enfermedad?

-También, por supuesto. Pero yo no pretendo decir que sólo el ansia de riquezas tenga la culpa de todo; ésa sería una tesis propia de un marxismo moralizante. Quiero decir, más bien, que la obsesión por el desarrollo económico genera, junto con otras circunstancias, el olvido de lo esencial, y eso acarrea «perversión», pero no sólo en un sentido moral sino, más bien, metafísico; perversión como voluntad de quebrantamiento de las leyes que regulan la relación del ser humano con el cosmos y con el Espíritu.

–"la ciencia asume actualmente el papel que antaño desempeñó el aspecto exotérico de las religiones en el campo de las creencias».
Es decir, que los dogmas de la Iglesia han sido sustituidos por dogmas tecnocientícos. Y, al fin y al cabo, el pueblo sigue sumergido en el mundo de las supersticiones.

Pero hay algo que cambia: al margen de las diferencias en el contenido entre unos dogmas y otros ―asunto en absoluto desdeñable―, los dogmas de la Iglesia eran reconocidos como tales; nadie pretendía que fueran razonables o evidentes. Eso establecía una distancia entre el individuo y el dogma, distancia que garantizaba la libertad interior de cada cual para aceptarlo o no, al margen, claro está, de las posibles imposiciones autoritarias de la Iglesia en el marco social.

En la modernidad, esa distancia ha desaparecido, los dogmas científicos se introducen en las conciencias como si de verdades demostradas y evidentes se tratase. Pensemos, por ejemplo, en el evolucionismo. Casi nadie sabe nada de las teorías evolucionistas, pero todo el mundo las acepta con una fe inquebrantable. Al margen de su verdad o falsedad, el evolucionismo es, por encima de todo, una creencia, un dogma del que se ignora su carácter de tal.

Podríamos analizar otros muchos. «Científico» se ha convertido en sinónimo de «verdadero», cuando curiosamente las teorías científicas cambian cada dos por tres. La sociedad contemporánea se cree intelectualmente libre, pero en realidad está más imbuida de creencias y prejuicios que cualquier otra sociedad de tiempos pasados.

A la inversa, se consideran supersticiones conocimientos que hoy no son operativos, sin pensar que pudieron serlo en el pasado. Por ejemplo, la utilización de fuerzas sutiles o suprafísicas con fines curativos. Es muy probable que ciertas prácticas terapéuticas que hoy se ven como supersticiones funcionaran realmente en su momento, aunque, debido a eso que René Guénon llamó la «solidificación», es decir, la progresiva insensibilidad de la materia a las energías suprafísicas, puedan ahora no ser eficaces.


LA SEDUCCIÓN DE LA MENTIRA

Los medios de información vomitan a cada instante cantos de sirena sobre los supuestos avances de la ciencia y la tecnología. Pero la epidemia de cáncer se dispara. Dos de cada tres estadounidenses padecerán cáncer a lo largo de su vida. Y esto es sólo un ejemplo.

La capacidad de seducción de la técnica es muy fuerte. La modernidad, dando la espalda a la transcendencia, ha creado un gran vacío en el interior de los hombres, un hueco que sentimos la necesidad de llenar como sea y con lo que sea.

La ciencia y la técnica ofrecen la ilusión de colmar ese vacío con algo tan inmediatamente constatable como el poder sobre la materia; al margen de sus consecuencias ulteriores, la ciencia y la técnica tienen una eficacia a nivel inmediato: aparentemente «funcionan»; de ahí su poder de convicción. Por ejemplo, es indiscutible que se inventan remedios para ciertas enfermedades; otra cosa es que el sistema que hace posible esos remedios genere continuamente males mucho mayores que los que consigue ir evitando.

Pero la relación del sistema con los males que provoca no es nunca tan perceptible como la relación con los remedios que inventa. Los «efectos colaterales» se presentan siempre como anomalías evitables, cuando en realidad son parte ineludible del proceso de producción de los «remedios». Ahora bien, no habría que deformar las cosas para ajustarlas más fácilmente a nuestro esquema; los métodos de la medicina oficial pueden ser brutales, pero no nos engañemos: a su manera funcionan y, en algunos casos, puede incluso ocurrir que sean los únicos que funcionan, pues el ser humano puede haberse «solidificado» hasta tal punto que sólo responda a estímulos particularmente violentos.

Con esto no estoy defendiendo necesariamente la utilización de tales métodos. Por ejemplo, pueden no gustarnos los trasplantes de órganos; de hecho, yo creo que los trasplantes deberían hacer estremecerse a cualquier mente normal al mismo nivel que las prácticas de una tribu de antropófagos, pero, a nivel inmediato y al margen de sus repercusiones a nivel social (mercado de órganos, negocios de laboratorios , etc.), funcionan.

La cuestión es que no todo lo que «funciona» es legítimo.

Hay que entender que hay cosas en la modernidad que son eficaces, pero no por ello son admisibles. La eficacia no puede ser nunca el criterio supremo, ni siquiera en medicina. Volviendo a la seducción, hay otro hecho importante:
la mayor parte de los seres humanos ven lo que la ciencia, la tecnología o el llamado progreso, en general, nos da, sea bueno o malo, pero no pueden ver lo que nos quita. Y no lo ven por la sencilla razón de que lo que se nos ha quitado ya no está ahí, y lo que no está ahí no puede verse; se podría, en todo caso, recordar (con una memoria más ontológica que psicológica), pero los mecanismos sociales, con su permanente tensión hacia el futuro, se ocupan de borrar todo recuerdo que supere el nivel del dato.
El pasado está muerto, se nos repite hasta la saciedad, cuando, en realidad, todo lo que somos es pasado.

LA RAZÓN DE SER DE LA ENFERMEDAD
-Además, la absoluta medicalización de la enfermedad hace que se pierda, en cierto sentido, parte de su razón de ser. De igual manera, la muerte desaparece del mapa. Es como si no existiera. Es como si fuéramos a tener una vida eterna.

Pero la enfermedad y la muerte también cumplen una función, al menos desde el punto de vista de la Tradición.
Hay enfermedades que podríamos llamar «artificiales», es decir, que están generadas por las transgresiones del orden cósmico, pero hay otras «naturales», provocadas por el desgaste natural de los organismos o, sencillamente, por el destino de cada ser vivo.

Por supuesto, es lógico y natural que si uno está enfermo trate de curarse y de evitar la enfermedad mediante unos métodos proporcionados a nuestra naturaleza; pero tratar de esquivar la enfermedad y la muerte a toda costa, a cualquier precio y por cualquier método, se ha convertido en una obsesión tan delirante como inútil.

Hay limitaciones que no podemos superar; se trataría entonces de orientarlas en la dirección adecuada. Hay que recuperar para la enfermedad y la muerte el sentido que la modernidad les ha expropiado.

Socialmente, vivimos en una falsificación perpetua. ..
Y los movimientos alternativos, ecologistas, espiritualistas y similares no están libres de ello. Yo hago bastante hincapié en esto, y tal vez quienes lean mi Manifiesto contra el progreso piensen que la tengo tomada con los ecologistas, pero no es así. Lo que ocurre es que la perversión del «sistema» o la locura de Bush son más o menos evidentes, y, frente a eso, se tiende a pensar que todo lo que en apariencia se opone al sistema es bueno. Pero eso es simplificar las cosas.

La espiritualidad New Age es un perfecto ejemplo de falsificación. Y los movimientos «alternativos» de diversa índole lo son también en gran medida, aunque, naturalmente, está claro que hay ecologistas y ecologistas…
El caso es que se ha perdido de vista lo esencial y se han absolutizado elementos tal vez importantes pero secundarios. Todo el mundo se preocupa por la salud del cuerpo, y no es que eso esté mal, pero el cuerpo absorbe toda la atención y no queda espacio para la salud del alma.

Nos preocupamos por la estricta pureza biológica de lo que comemos y luego alimentamos el espíritu con basuras.
.. De nada sirve cambiar las energías contaminantes por energías limpias si el hombre no empieza por limpiar su alma. Una actitud espiritual correcta da lugar (en términos generales y dentro de ciertos límites) a una relación correcta con el mundo físico, pero no está tan claro que lo inverso sea siempre tan cierto. No me parece descabellada la posibilidad de que un mundo técnicamente limpio sea espiritualmente un infierno. Habría que tenerlo en cuenta...


… hay muchos hospitales y ambulatorios, también muchos asilos y guarderías. Las personas viven cada vez más aisladas. Las familias se descomponen. En la historia de nuestra especie, parece evidente que jamás se vivió una época tan lúgubre.

Los psicólogos señalan que divorciarse es reforzar la autoestima. Pero sobre todo es la propia sociedad la que está enferma..

En efecto: tenemos muchos hospitales, muchos ambulatorios, muchos asilos, muchas guarderías... tenemos mucho de todo. Y cuanto más tenemos, menos somos.

Pensamos que todo se arregla con más medios, más desarrollo, más técnica, más información... «Más» parece la palabra mágica de nuestra cultura, con la que creemos poder hacer todo tipo de milagros. Es el delirio de la acumulación.

Pero esa acumulación, aparte de estar construida sobre el expolio y la esquilmación del llamado Tercer Mundo, es decir, sobre el hambre, la miseria y la muerte de millones de personas, no es fuente de soluciones sino de nuevos problemas.

Y, sobre todo, hemos olvidado algo fundamental: que la dignidad humana no se mide por lo que el hombre es capaz de acumular sino, justamente al contrario, por aquello de lo que es capaz de prescindir, por todas las cosas inútiles o superfluas a las que sabe renunciar para poder centrarse en lo esencial.

Una sociedad sana sería una sociedad que reduciría al mínimo sus necesidades materiales y, por tanto, sus medios técnicos; sería una sociedad capaz de conformarse con lo estrictamente necesario. Parece que ahora hay mucha preocupación por hacer compatible el equilibrio ecológico con el desarrollo y la riqueza. Yo creo que con lo que habría que hacer compatible el equilibrio natural es con la sencillez y la austeridad; y eso, por cierto, no plantea ningún problema ni exige ningún esfuerzo; no requiere ningún «más»; en realidad, ni siquiera requiere ningún «hacer»: se hace por sí solo.

Me parece que estaríamos física, mental y espiritualmente más sanos si, en lugar de plantearnos siempre lo que tenemos que hacer, nos planteáramos también lo que tenemos que dejar de hacer.

No podemos negarle a priori a la ciencia y la tecnología la posibilidad de crear un mundo de energías limpias, un mundo saludable e higiénico, en el que todos sean zombis satisfechos contemplando la televisión y saliendo los fines de semana en coches no contaminantes a hacer «turismo verde».
¿Y qué pasa si un mundo espiritualmente muerto es capaz de generar un cierto nivel de salud física? Ése, si se alcanza, será ―yo creo― el más diabólico de los mundos, pues su capacidad de fascinación será máxima. De forma paradójica podríamos decir que, mientras haya contaminación hay esperanza. No estoy diciendo que esté a favor de la contaminación, claro está; estoy diciendo que, peor todavía que un mundo contaminado sería un mundo feliz, higiénico, sin disfuncionalidades, formado por seres «humanos» sin alma, pero cívicos y pulcros, cuyas aspiraciones se reduzcan a lo que el sistema pueda proporcionarles y sin motivo ninguno para lamentarse.

Quiero decir, en definitiva, que hay una escala de prioridades y que me parece un error fatídico ―y extremadamente extendido en la actualidad― conceder más importancia a unos pulmones limpios que a un alma limpia. Vivimos ahora una obsesión por la salud que me parece lo menos saludable que pueda imaginarse y que genera actitudes paranoicas, como, por ejemplo, la actual obsesión antitabaquista (y quede claro que yo no fumo).

Tampoco me parece que sea muy acertado buscar la salud espiritual para poder tener salud física, porque eso es convertir el fin en medio y el medio en fin. Hay que tener claro qué es lo esencial y qué lo secundario.

...Para no dar pie a equívocos, aclararé que, como digo en el Manifiesto, no se trata de huir de la realidad, sino de huir a la realidad, pues este mundo es la expresión misma de lo irreal.

Parece, ciertamente, que la Providencia no nos abandona del todo y siempre, en alguna parte, crece aquello que salva, como decía Hölderlin. Es verdad. Pero hay que encontrarlo. ¿Dónde? Como afirma el dicho sufí nos empeñamos en buscar fuera de casa lo que hemos perdido dentro porque fuera «hay más luz». A mí me da la impresión de que no hay más lugar de búsqueda que el alma, por oscuro que ahí esté el panorama.

El problema de Occidente no es que haya perdido la salud sino que ha perdido su alma. Algunos psicólogos postjunguianos hablan de making soul, literalmente «hacer alma». No es una expresión que me guste, pero creo que apunta a una necesidad muy real: nos hemos convertido en seres desarraigados, que no sabemos de dónde venimos ni adónde vamos y, lo que es mucho peor, que ni siquiera nos preocupa no saberlo.

Ésa es la enfermedad fundamental: hemos perdido el alma, la hemos vendido, como Fausto, al demonio del «progreso» a cambio de un espejismo de felicidad que no nos proporciona más que frustración y desesperanza, vaciedad y depresión. Reintegrar nuestra vida, curar y reconstruir nuestra alma agonizante: ésa es, a mi entender, la única urgencia verdadera; lo demás, con todos los respetos, me parecen poco más que nimiedades.

Agustín López Tobajas, (Zaragoza, 1949). Ha traducido al castellano obras de H. Corbin, L. Massignon, A. Schimmel, F. Schuon, R. Guénon, A. K. Coomaraswamy, G. Durand, Simone Weil, R. Pánnikar, D. T. Suzuki, E. Swedenborg, etc. Codirector de la revista Axis Mundi (1994-1999). En la actualidad dirige el Círculo de Estudios Espirituales Comparados

tomado a partir de la revista THE ECOLOGIST

martes, 6 de enero de 2009

NICHOLAS ROERICH - La Union la cultura y la paz universal

Nicholas Roerich (1874-1947)
F
ue un artista ruso de nacimiento que se convirtió en personaje de importancia universal en la esfera cultural, promotor apasionado mediante su arte y escritos, de una apreciación aumentada del valor de la herencia cultural de todas las naciones del mundo, y de las formas en que esta apreciación podría ayudar a lograr la paz mundial.

Durante su estancia en USA , Roerich fue uno de los fundadores de una sociedad que entre sus objetivos era promover el aprendizaje de "la vida etica" en busqueda de una perfeccion moral.


Su padre, Constantino, era de origen escandinavo y un prominente notario. Su madre, María Kalashnikova, pertenecia a una vieja familia de la nobleza rusa. Su infancia discurrió en Ishvara. Fue allí donde Nikolai profundizó su relación con la naturaleza. Los elementos, el cielo, la tierra, el agua, se tornaron sus confesores y amigos. Entraba fácilmente en comunicación con la naturaleza, y podemos afirmar que su primer maestro fue el mundo natural.
Fue en esa época en la que se inició su interés por las leyendas, tradiciones y poesía de su país.

Muy pronto se aficionó por la arqueología, y con frecuencia realizaba expediciones para desvelar el pasado e interrogar a las rocas. “Parecía, a través de una intuición paranormal, conocer las grandes líneas de la evolución humana”. Su actividad en este área le convirtió en uno de los mayores arqueólogos de Rusia.

Por deseo de su padre inició los estudios de Derecho en 1893, simultáneamente ingresando en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo. Su primer maestro, Kuinji, percibió en él la lucidez, y anticipó su genio. Le daba plena libertad creativa.

Su pintura era extraña, llana de misterio y magnetismo. Hablaba al alma del espectador de tierras lejanas, de leyendas aun vivas, de héroes, de guerreros y de sacerdotes, de vagabundos y de peregrinos, que surcaban la gran aventura de la vida.

Los éxodos de los pueblos, los guerreros impresionantes, los cielos enrojecidos, y las nubes grandes, densas y negras, aparecen en sus lienzos, dándoles un tono profético, reflejando al mismo tiempo la batalla que se traba en el interior de cada ser humano y en el interior del corazón colectivo de la humanidad.

Las montañas, los inmensos Himalayas, fueron otras de sus inspiraciones. Ellas representan lo transcendente, lo suprahumano, lo que esta más allá de lo sensorial, Si imponencia, su fuerza, la blancura de su presencia, simbolizan lo etéreo, lo sutil, lo espiritual.

Un Hombre Universal

En 1900 visitó la Exposición Universal de Paris. Este encuentro con la cultura del mundo le impresionan profundamente, iniciándose en su interior un proceso de universalización, que habría de marcarle de por vida.

De 1909 a 1916, junto a su mujer Helena, visitó Italia, Alemania, Inglaterra y Holanda. En 1917 se instaló en Finlandia, donde retirado del mundo, y en profundo contacto con la naturaleza, produjo la famosa serie de lienzos sobre ese país.

Volvió a Paris y pintó los escenarios, diseñó el guardarropa y llegó a escribir los guiones para Sergei Diaghileo, para las operas de Rimsky Korsakov y de Borodin. Convivió con Paulova y Nijinsky. Concibió los escenarios para las obras de Maeterlinck y para el “Tristan e Isolda” de Wagner. Para el Ballet “La consagración de Primavera, de Stravinsky, pintó en el teatro de los Campos Elíseos unos escenarios que serían admirados en toda Europa.

Expuso en Helsinki en marzo de 1919, y en ese mismo año se encontró con Rabindranath Tagore (El Nóbel de Literatura) en Londres.

Al año siguiente, respondiendo a una invitación de Robert Harshe, visitó Nueva York, y expuso sus trabajos en 29 ciudades de América. Pronunció conferencias y conoció a grandes figuras del mundo de las artes, la política y la ciencia, estableciendo fuerte amistad con Huxley, Einstein y Milikan. Creo escuelas de arte y fomentó el surgimiento de grupos de investigación inspirados en el ideal de la cultura, como puerta para la paz y la unidad.

En todas partes es recibido como un profeta de los nuevos tiempos. A aquellos que se le aproximan les inspira idealismo, sentido de la belleza y creencia en un futuro de esperanza, donde el Amor pueda regir la vida social, la economía y la educación. Su creatividad, optimismo, humanismo y universalismo “sacudió” a hombres de estado y lideres religiosos, que lo adoptaron como instructor e inspirador.

ImageRegresó a Europa en 1923, y junto con su mujer Helena y su hijo Jorge inicia un viaje a la India con el objetivo de realizar una expedición al Asia Central. Esta expedición, que tenia móviles artísticos, etnológicos, culturales y espirituales, partió de Darjeeling, en dirección a Cachemira y Ladakh (Pequeño Tibet). Nicolai pintó numerosos cuadros en Sikkim y en Bután, empezó un viaje por la ruta de las caravanas (la más alta del mundo), y conoció paisajes y tierras que siempre recordará.

El 29 de mayo los Roerich atraviesan la frontera rusa, y llegan a Moscú el 13 de junio. A los comisarios del Pueblo y de la Educación Nikolay les ofrece un lienzo “Maitreya el Conquistador”, que quedó expuesto en el Museo Gorki.

En septiembre de 1926 el pintor y los suyos volverán a atravesar Asia Central, en dirección a la India, corriendo nuevamente serios riesgos, y soportando las temperaturas del invierno tibetano (cuarenta grados bajo cero). Durante esta singladura perecerán cinco miembros de la expedición y noventa animales.

Entretanto es en esos momentos cuando Nikolai pinta los más bellos cuadros de su obra (más de 500 lienzos), paisajes de Asia que ningún pintor había recreado con anterioridad. Estas obras se encuentran ahora dispersas por los más importantes museos y colecciones del mundo.

El Arte, la Cultura y la Paz

ImageNikolai nunca se adhirió a ningún “ismo”; no fue un pintor de modas estéticas y de escuelas. Su “moda” fue la búsqueda de la Belleza (cual búsqueda del Grial), y su escuela fue el espíritu y lo eterno. La “inteligencia” lo ignora o finge que lo desconoce; y es que él dejó una obra (solo los lienzos son cerca de seis mil), que solo el ser humano del siglo XXI y del 3er Milenio entenderá realmente.

A finales de 1928 se instaló en el pueblo de Naggar, Kulu, en la India. Al inicio de los años treinta Nikolai Roerich promueve un proyecto del tamaño de su alma, “El Pacto y la Bandera de Paz”. Esta iniciativa, lanzada en Nueva York en 1929, fue acogida un año más tarde por la Sociedad de Naciones (prototipo de la ONU), recibiendo la aprobación entusiasta de figuras políticas y culturales de la talla de Alberto I, Rey de Bélgica, de Rabindranath Tagore, de Maurice Maeterlink, y del presidente de los Estados Unidos, Roosvelt.

Este proyecto estipulaba que todas las instituciones educativas, artísticas, científicas o religiosas, así como todos los edificios que poseyeran un significado o valor cultural o histórico debían ser reconocidas como centros inviolables y respetados por todas las naciones, fuera en tiempos de paz o de guerra.

Con este objetivo se estableció un tratado que tenía la finalidad de ser ratificado por todas las naciones del mundo. Roerich diseñó el símbolo que sería conocido como la Bandera de la Paz y de la Cultura: una circunferencia roja conteniendo tres círculos encarnados sobre fondo blanco.

Este símbolo sagrado se encuentra en todas las civilizaciones y culturas de todos los tiempos. Son varios los significados que se le pueden atribuir: los tres círculos simbolizan el arte, la ciencia y la religión, rodeados por la circunferencia de la cultura; también el pasado, el presente y el futuro rodeado por lo eterno; o incluso el subconsciente o instinto, el consciente o inteligencia, y el supraconsciente o intuición rodeados por la circunferencia de la consciencia; y por fin, en la misma línea, el alma temporal o animal, el alma humana o inmortal y el alma espiritual o divina, rodeadas por el Anima Mundi, el Alma del Mundo.

La primera convención internacional tuvo lugar en 1931, en Brujas, en Bélgica, suscitando un interés enorme en los mundos de la ciencia y de la cultura. En 1932, en la misma ciudad, realiza una segunda convención y se crea la Fundación Roerich para la Paz. Representantes de gobiernos, pensadores, humanistas y religiosos asistieron a ambas convenciones. Entre el 17 y el 18 de noviembre de 1933, en Washington se celebró la tercera convención, donde asistieron representantes de 35 países; un mes más tarde los miembros de la 7ª Conferencia de la Unión Panamericana firmaron unanimemente el Pacto por la Paz.

Henry Wallace, entonces Secretario de Agricultura, y más tarde Vicepresidente de Estados Unidos, demostró un profundo interés por la personalidad y por la notable obra de Nikolai Roerich, así como por la profunda filosofía de Oriente. Infelizmente el egoísmo y el odio de la Humanidad hablaron más alto. El mensaje del profeta, del místico y del lucido visionario fueron olvidados, y una vez más la guerra estalló en una locura sin precedentes, la II Guerra Mundial.

Nikolay vivió sus últimos años en Naggar, en los Himalayas que tanto amaba, y desencarnó el 13 de diciembre de 1947, siendo incinerado según la tradición del “pueblo del espíritu”.


Como reflexión final, quedan sus palabras: “El Arte Unificará toda la Humanidad. El Arte es uno e indivisible. El Arte es la manifestación de la síntesis universal. El Arte es de todos… Llevad el Arte al pueblo, a quien pertenece. Debemos tener no solo museos, teatros, universidades, bibliotecas, estaciones de tren y hospitales decorados y llenos de belleza, como también las prisiones. Cuando esto ocurra, no necesitaremos más prisiones…

La verdadera paz, la verdadera unidad, es el deseo del corazón humano… (el hombre) quiere amar y abrirse a la realización de la Sublime Belleza. En la superior comprensión de la belleza y la sabiduría todas las divisiones convencionales desaparecen… todos los símbolos de la humanidad tienen el mismo significado, la oración sagrada: Paz y Unidad.audio con datos biograficos de Roerich aqui

PRESENTACIÓN DEL PACTO DE PAZ ROERICH

En 1935 en Washington, D.C., 22 Naciones firmaron el PACTO DE PAZ de Roerich afirmando el “Principio de Paz” a través de la Cultura e izando la BANDERA DE LA PAZ EN TIEMPOS DE GUERRA”. Firmaron en aquel momento los países de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Perú, Estados Unidos de América, Uruguay y Venezuela, a través de sus Presidentes representantes presentes en la Convención , firmando el Acuerdo:

“Donde Hay Paz Hay Cultura; Donde Hay Cultura Hay Paz”

PRESENTACION DE LA BANDERA DE LA PAZ

El Logo de la Bandera de la Paz aparece en la Historia de la Humanidad desde hace aproximadamente 9 mil años, en el Período Paleolítico, configurado por 3 Esferas formando 1 Triángulo con el Vértice hacia arriba, en color rojo púrpura-rubí sobre fondo blanco, simbolizando el Arte, la Espiritualidad y la Ciencia , UNIDOS por el CÍRCULO DE LA CULTURA.

El Logo de la Bandera de la Paz no lesiona intereses de ninguna clase, por el contrario, servirá al Espíritu Creador para Lograr la Paz Universal. Cabe aclarar que la Bandera de la Paz no representa ninguna ideología política, credo o religión.

mas informacion:

el pacto de Roerich: http://www.noosfera7galaxia13.org/banderadelapaz.htm

la extraordinaria familia Roerich:
http://www.revistabiosofia.com/index.php?option=com_content&task=view&id=112&Itemid=40

museo roerich (España) : http://shambala-roerich.com

arte de Roerich : http://parameshwarys.blogspot.com/2008/11/ms-all-del-arte.html