La Antropología ha reducido la lidia a un resto de antiguos juegos populares de destreza (en lugar del rito sacrificial con que se pretende revestir su verdadera y prosaica naturaleza). Además, la defensa del espectáculo desde la opción filosófica del egoísmo moral no casa con la creciente sensibilidad de la sociedad española hacia el sufrimiento de los animales.
El falaz argumento según el cual el toro no sufre en el ruedo, apoyado en un “estudio” que no merece tal nombre, produce sonrojo, y los partidarios de las corridas ya no acuden a él.
Lo que la mayoría de la gente obvia es que el sufrimiento del toro no empieza en la plaza.
Los toros son pacíficos por naturaleza, por lo que hay que hacer algo para hacerlo bravo y, a la vez, debilitarlo para tener menos posibilidades de que se cargue al torero.
Es por eso por lo que, por ejemplo, al toro lo dejan encerrado los días previos. Le dejan a oscuras durante días para que al salir a la plaza la luz le ciegue. Además, también le pueden poner vaselina en los ojos para que vea borroso.
También le cuelgan durante días sacos llenos de tierra al lomo para debilitarlo. En la misma sala donde está encerrado, le suelen poner comida y agua cerca, pero de forma que la huela pero no pueda tomarla. También le hacen heridas en todo el cuerpo, en especial en las patas. También normalmente le ponen alguna sustancia en las patas para que salga a la plaza saltando, de forma que parece más bravo.
Estas cosas y muchas más le hacen antes de sacarlo a la plaza, y es por esto por lo que me parece que sí debería eliminarse del todo, y no hacerlo sin matarlo.
Aparte de todo esto, quiero añadir el hecho de que al animal se le priva de la libertad (aunque no se le matara), y que es tratado como un mero objeto y no como un ser vivo que sufre.
Queda un último argumento, y es que cualquiera debe tener libertad para hacer cuanto le plazca: por ejemplo, torturar y matar a un animal en un espectáculo público. Aunque parezca mentira, se ha llegado a evocar esta coartada hasta por el presidente de un minoritario partido político.
En la historia de España, el rechazo a las corridas ha existido siempre, y personas de mayor o menor influencia han mostrado su repudio desde la época medieval, incluyendo personalidades de la Iglesia y la cultura, e incluso reyes (de los siglos XV al XIX, de Isabel la Católica a Carlos IV), de modo que las corridas han sido prohibidas en varias ocasiones, aunque, desde su restauración por José Bonaparte (y su ratificación por Fernando VII), la lidia se mantiene.
Con el apoyo prestado a las corridas por el régimen franquista, estas cobraron relieve, aunque, con la modernización de España a la llegada de la democracia, la ciudadanía pierde interés.
El descenso de la atracción de la población española hacia los toros queda de manifiesto en los resultados de las encuestas de la empresa Gallup, en los que el porcentaje del 55% de aficionados en los años setenta, desciende al 50% en los ochenta, y a niveles del 30% en los noventa.
Finalmente, la misma empresa muestra un resultado en cuanto a no mostrar ningún interés por las corridas del 69, 72 y 67% en 2002, 2006 y 2008 respectivamente.
Este desinterés es especialmente importante en las mujeres (79%) y en los jóvenes (82%), y parece ser más un reducto de hombres con edades superiores a 65 años.
El hecho de que tan sólo el 0,2% de los encuestados se abstenga de responder indica que la población tiene bien formada la opinión al respecto.
la fiesta se mantiene artificialmente gracias a los subsidios a las ganaderías y a las corridas.
La propia ministra del ramo ha jugado a la confusión ante las cámaras con los dos significados del término “cultura”, afirmando que los toros lo son, e implícitamente suponiendo que cualquier elemento cultural debe ser apoyado (afortunadamente hemos desechado otros igualmente deleznables).
Fernando Álvarez Toros, subvenciones y niños
Etólogo. Profesor de Investigación del CSIC, Estación Biológica de Doñana
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