Al entrar por la puerta del número 56 de la calle de Saint-Blaise de París, uno deja atrás el bullicio de este barrio lleno de obras y coches para dar a un tranquilo jardín:
uno del medio centenar de jardines compartidos (jardins partagés) surgidos en los últimos años en la capital francesa. Quien abre el portalón desde fuera es Nolwenn Marchand, una joven arquitecta del Atelier d'Architecture Autogérée (aaa), el grupo creado por Constantin Petcou y Doina Petrescu que ha convertido con ayuda de los vecinos este pequeño pasaje abandonado entre dos edificios en una especie de oasis urbano donde plantar hortalizas, juntarse para charlar o incluso montar una proyección de cine.
"Tienen llave unos 40 vecinos que pueden venir cuando quieran, pero ellos son responsables de lo que ocurra", comenta esta parisina. "Cada jardinero tiene un metro cuadrado para plantar, pero el objetivo no es tanto producir para comer como experimentar".
Cada jardinero tiene un metro cuadrado de terreno para sembrar
Que habitantes de ciudades quieran aprovechar solares sin utilizar para cultivar y reunirse no resulta nuevo.
En Madrid, la Asociación Esto Es una Plaza ha conseguido recientemente la cesión temporal de parte de los terrenos públicos del número 24 de la calle del Doctor Fourquet tras meses de tiras y aflojas con la Administración municipal.
Lo llamativo del 56 de la Rue Saint-Blaise es que aquí la idea inicial partió del propio Ayuntamiento. El que hayan surgido tantos jardines compartidos en la capital francesa en la última década tiene mucho que ver con el programa de apoyo llevado a cabo por la alcaldía de París desde 2002 y la conocida como carta Main Verte (Mano Verde). "La jardinería es un instrumento con el que los habitantes pueden revalorizar sus barrios y crear lugares de encuentro", indica Laurent Delhaye, técnico del Ayuntamiento de París encargado de ayudar a las asociaciones ciudadanas en los jardines compartidos.
Cuando los integrantes del taller aaa visitaron por primera vez el 56 de la Rue Saint-Blaise para reflexionar qué se podía hacer allí, se encontraron con un solar muy sucio de 30 metros de largo atrapado entre dos grandes fachadas de edificios a los lados.
Entre un muro y otro tenían 6,50 metros de espacio libre de cemento y asfalto que aprovechar. Como cuenta Marchand, lo que hicieron fue abrir la puerta de la calle los sábados y preguntar a los vecinos qué les gustaría que hubiera en este barrio situado en el límite oriental de la metrópoli parisina. "Nuestro objetivo era comenzar un proyecto que pudiera ser continuado por los habitantes de forma autónoma, para así nosotros marcharnos y empezar de nuevo en otro sitio".
Esto fue en 2006, y el resultado es un curioso jardín con instalaciones especialmente adaptadas a la estrechez del espacio y las necesidades de los vecinos. Entre ellas, destaca una caseta de madera y ventanas de policarbonato (no querían cristales rotos) construida justo por encima de la puerta de entrada, y en cuya cubierta llaman la atención 10 metros cuadrados de placas fotovoltaicas.
Además, como no podían actuar sobre las fachadas laterales, levantaron junto a ellas con palés de madera lo que denominan "muros de vecindad".
En estos muros, aparte de he¬¬rramientas de jardinería y cables eléctricos, cuelgan carteles explicativos con el modo de empleo de los paneles solares, el sistema de re¬¬cogida de agua de lluvia, el compos¬¬tador de residuos y las letrinas secas con las que fabrican abono para las plantas. "Intentamos no desaprovechar nada", afirma Marchand.
El 56 de la Rue Saint-Blaise también está adherido al programa de la carta Mano Verde impulsado por el Ayuntamiento de París. Los requisitos establecidos en la carta Main Verte para crear un jardín son que haya una asociación lo bastante sólida como para dar continuidad al proyecto, que el cultivo que se realice sea respetuoso con el medio ambiente (evitando el empleo de fitosanitarios, fertilizantes quimicos u otros productos químicos) y que sea un espacio abierto al barrio para servir de vínculo social.
Además, claro está, de estar disponible el terreno y mantenerlo en buen estado. Si el jardín propuesto es viable, la Dirección de Espacios Verdes y Medio Ambiente de la Villa de París se encargará hasta de proporcionar el sustrato vegetal y una toma de agua para regar.
"En París había una fuerte demanda de ciudadanos con ganas de jardinería, de juntarse, de hacer cosas, y no sólo de utilizar un espacio verde para pasearse sin más", detalla Delhaye, que relata que a finales de los noventa ya existían algunos jardines de "forma un poco ilegal".
"Es mucho más simple cuando se trata de un terreno municipal, pero si no, asesoramos a la asociación sobre qué hacer. Hay jardines creados para perdurar y otros en los que se ceden los terrenos de forma temporal, pues se sabe que en 3 o 4 años se va a construir allí", comenta el técnico municipal.
La particularidad del número 56 de Saint-Blaise es que pretende ser más que un jardín. Este espacio es utilizado para organizar debates y exposiciones, y también como campo de pruebas de innovaciones ecológicas.
Y merece también la pena ver cómo unas simples plantas cambian a algunas personas. "Había vecinos que no conocían a nadie en el barrio, el jardín se ha convertido en fundamental para muchos".
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