Si no fuera por la barba cuadrada, el estadounidense Charles Brigham, de Wisconsin, parecería un adolescente muy alto. Tiene 30 años. Y los dos últimos, los ha pasado subido en su bicicleta recorriendo el mundo.
El 15 de septiembre de 2007 partió de su casa ("era un buen momento, no tenía novia ni nada de eso") con cuatro alforjas, cuatro camisetas, dos pantalones (uno largo y otro corto), 10 pares de calcetines y dos de zapatos.
Dice que "la prisa mata". La única vez que fue rápido tuvo un accidente
Ha cubierto 28.500 kilómetros en dos años y espera viajar otros tres más
Lleva una tienda de campaña militar, algunos cazos negros, herramientas para arreglar su bici y un poco de dinero. Total: 45 kilos de equipaje. Y sí, mientras pasea por el parque del Retiro, cuenta lo que, efectivamente, se sitúa en el límite entre una locura y un plan alucinante. Porque Charles Brigham, que habla un español más que aceptable, quiere dar la vuelta al mundo sin motor. "Nunca viajo más rápido que la velocidad humana".
Dice que lo hace para dar ejemplo: "Tengo un poder y voy a usarlo para ayudar a nuestra tierra", suelta con la mirada fija en el lago. Enseguida se ríe y pierde el tono mesiánico. Su mensaje es que "la prisa mata".
Claro que en su caso, es algo más que una metáfora. Su único accidente hasta la fecha lo sufrió en Irlanda, cuando bajaba una cuesta más rápido de la cuenta. Se rompió un pie. Y, dice, encontró buena gente que le ofreció cama, comida y le cuidó tres meses sin pedir nada a cambio.
Empezó con 3.000 dólares que ahorró tras trabajar en un taller de bicicletas. No tiene patrocinador ni lo busca: "Sería menos libre".
El dinero no parece un problema. No porque tenga mucho, explica, sino porque necesita poco. Se aloja gratis gracias a Internet. La página Couchsurfing.org ofrece una red de gente que cede sus casas (sus sofás) a viajeros a cambio de compartir un poco de sus vidas. Escribes tu nombre, tu destino y salen las ofertas.
Charles, a cambio, amasa su propio pan y lo regala calentito cada vez que estrena hogar. Y, por aquello de querer lo que no tienes, aprovecha para fregar los platos, ordenar... "Oh, sí, cosas domésticas, llego y pregunto: ¿puedo limpiar tu baño?". Carcajadas. De vez en cuando trabaja. Cosas simples. Una noche en un bar poniendo copas, arregla bicis en la calle...
Asegura que 100 euros pueden durarle semanas porque compra "comida barata" en los supermercados. Nada de carne, ni de queso. "Cuestan demasiado". Y a veces sus anfitriones cocinan para él. Sí, claro, ha probado comida española: cocido, pulpo a la gallega, jamón, paella... "He comido muy bien en Madrid, sí señor".
Dejará la ciudad en uno o dos días rumbo al sur. No le gusta hacer planes. Ni siquiera los hizo cuando empezó. "Sólo decidí el orden de los continentes [Norteamérica, Europa, África, Asia, Oceanía, Suramérica] porque sabía que tendría mucho tiempo para planear".
De Wisconsin viajó a Hampton (Virginia). Primer inconveniente. El ciclista no quería motor... y casi todos los barcos llevan (y utilizan) uno. Cargó las alforjas, se subió a la bici y bajó a Florida, a esperar un barco de vela que le aceptara como tripulación. Y lo encontró.
Encontró dos para ser exactos. Y en uno de ellos vio el atardecer más hermoso de su vida en medio del mar. Le hizo fotos, como a casi todo lo que encuentra.
Muchas de las imágenes están en su web (http://www.crazyguyonabike.com/doc/worldtour07), donde ha documentado parte de los 28.500 kilómetros recorridos hasta ahora, sobre todo por Europa. Del Reino Unido a Hungría. De Croacia a España.
Atardeceres, cascadas, caminos, bosques, viñedos, palacetes... y bicicletas, muchas bicicletas. La mayoría en Holanda. "Ese lugar es un paraíso".
Ha hecho casi todo el recorrido "solito" (repite mucho este diminutivo). Pero también cubrió tramos en buena compañía. "Con el amor de mi vida", suspira. Lili, la chica australiana que sonríe en sus fotos, también viaja en bici. Aunque ahora su rumbo es el opuesto. Acaba de cruzar el océano hasta las islas caribeñas.
Brigham, que odia los plazos, tiene que estar en Marrakech en un mes. "He quedado con mi mamá y mi hermana". Con su madre, médica, ha tenido dos citas. Una en Irlanda y otra en Croacia. "Vino en avión porque me echaba de menos, no es mi culpa que coja un avión con motor", se justifica sin que nadie lo pida. A su hermana Johanna no la ve desde que salió de casa. Calcula que viajará otros tres años más antes de volver a Wisconsin. ¿Y entonces? Tampoco ha previsto nada. "Me gusta vivir el momento". Quiere escribir un libro con su experiencia. Si puede, evitará los aviones.
Pero el gran triunfo sería no tener coche. "Si puedo morir sin haber comprado uno, lo consideraría un éxito". ELPAIS.ES
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