jueves, 10 de enero de 2019

Peterson: Contra la manipulacion con el Marxismo Cultural

En un momento en el que la ideología de género se ha convertido en el pensamiento dominante en los medios de comunicación, en el debate institucional, en las universidades, en los productos culturales... han empezado a aflorar voces disidentes con el establishment intelectual que, con sus matices y diferencias, y a cuenta y riesgo de ser lapidados en la plaza digital donde impera el binario me gusta/no me gusta, alertan del riesgo de asfixia social y homogeneización. 

Una cuadrilla de defensores de la libertad de expresión y en contra de la corrección política y la categoría identitaria como obligada lente posmoderna para interpretar el mundo, que nutre sus filas de psicólogos como Steven Pinker, Jonathan Haidt, Gad Saad, además de intelectuales como Roger Scruton, Niall Ferguson, Phillipe Sollers, Michel Houellebecq o Alain Finkielkraut... Y entre todos ellos ha emergido como un tsunami mediático-social, por su penetración en las redes sociales y en el público más joven, el canadiense Jordan B. Peterson (Alberta, 1962).


Bastan un par de clics y unos minutos en YouTube para descubrir la notoriedad alcanzada en apenas dos años por este profesor de psicología clínica de la Universidad de Toronto. Su libro 12 reglas para vivir. 

Un antídoto al caos(Planeta/Columna) es un best-seller en Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, con más de 2,5 millones de ejemplares vendidos, y sus videos con intervenciones en televisión, apasionados debates, consejos médicos o multitudinarias clases en la universidad han superado los cuarenta millones de visitas. Sus lectores/seguidores son mayoritariamente jóvenes de entre 20 y 35 años.

Cierto es que Peterson, que tuvo su bautismo mediático en España con la entrevista que Cayetana Álvarez de Toledo le hizo en febrero del 2018 en El Mundo(“hay una crisis de la masculinidad porque se culpa a los hombres por el mero hecho de serlo”), incendiando de inmediato las redes sociales, no deja indiferente. 

Genera una ingente cantidad de artículos a favor y en contra, sobre todo por parte de la izquierda norteamericana que le acusa de nutrir moralmente a la derecha alternativa con su “misoginia” y de no pasar de la categoría de charlatán para millennials. 

Frente a este tipo de reproche contrasta la opinión de Camille Paglia, crítica social, feminista heterodoxa y autora de libros seminales como Vamps (1994), que lo considera “el pensador más influyente que ha surgido de Canadá desde Marshall McLuhan”.

Bastan un par de clics y unos minutos en YouTube para descubrir la notoriedad alcanzada en apenas dos años por este profesor de psicología clínica de la Universidad de Toronto


Ante esta disparidad de opiniones, 12 reglas para vivir ejerce como introducción al pensamiento de Peterson y es una síntesis de la monumental Maps of meanig: The architecture of belief (Routlege, 1999). Con título y apariencia de manual de autoayuda (algunas de sus páginas contienen mensajes simples y directos que él recomienda a sus pacientes: 

“Ordena tu habitación antes de criticar el mundo”, “di la verdad, o por lo menos no mientas”, “enderézate y mantén los hombros hacia atrás”), es ante todo una carga en profundidad contra el pensamiento posmoderno que “substituyó la lucha de clases por la lucha de identidades”.


Peterson, que se define como un “liberal británico clásico”, repudia la ideología de género, el identitarismo, el lenguaje inclusivo (“no voy a aceptar el territorio lingüístico de la izquierda radical, lo hagan ley o no), la idea, en definitiva, de que todo es una construcción social. Un cóctel, sostiene, que ha “colonizado” los campus universitarios con la “victimización de infinitos grupos por raza, religión...” y que tiene en los hombres jóvenes su objetivo a batir. 

Una “caza” que está provocando una “crisis de la masculinidad porque se culpa a los hombres por el mero hecho de serlo, están perdidos, sin rumbo”, acobardados, castrados por el “intento de feminizarlos”, lo que empuja a muchos “en brazos de los extremismos de izquierda y de derecha”.

Estudioso del cristiano, el judaísmo y de filosofías orientales como el budismo y el taoísmo –su obra tiene una fuerte dosis de misticismo, con una clara influencia del pensamiento de Carl Jung–, Peterson defiende la individualidad del hombre frente al colectivismo, el relativismo, y el “optimismo progresista”, para hacer frente a una vida que es sufrimiento (Buda) –pone como ejemplo las atrocidades cometidas en la era de las ideologías por el nazismo y el comunismo ( Archipiélago Gulages su libro de cabecera)– y que por ello exige lucha, esfuerzo, y “asumir la responsabilidad” de tu propio destino. 

Lo opuesto a ese “hombre-niño” que proliferaría y que él detesta y trata de trasformar. Peterson interpreta la vida como un balance entre el orden y el caos (el yin y el yang) en el que es indispensable “una jerarquía de valores compartidos”, reglas, patrones, creencias, para evitar que el “horror de la existencia” derive en nihilismo, conflicto con otros grupos, guerra...


El canadiense más conocido hoy en el mundo, con permiso del presidente Justin Trudeau (“es un Peter Pan”), no inventa, pues, nada nuevo en el pensamiento conservador, pero actualiza (es todo él una figura pop) y defiende con pasión unos postulados que, si bien no pocos tachan de carcas y reaccionarios (“es el custodio del patriarcado”, según The New York Times), millones de personas los han acogido como una tabla de salvación para tiempos convulsos.

Jordan B. Peterson

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