lunes, 30 de octubre de 2017
“La isla cuyos habitantes olvidan morir”
(The Island Where People Forget To Die). (1)
El artículo cuenta la historia de Stamatis Moraitis, un combatiente de la Segunda Guerra Mundial de origen griego que decide irse a vivir a Estados Unidos después del fin de la guerra. Tras adoptar el estilo de vida americano -con una casa en Florida, dos coches y tres hijos- a Stamatis Moraitis le comunican en 1976 que padece un cáncer de pulmón. El diagnóstico sería confirmado por nueve médicos distintos, que le darían una esperanza de vida de nueve meses. Por aquel entonces tiene 62 años.
Stamatis decide entonces volver con su esposa a su isla natal de Icaria, en el mar Egeo, para ser enterrado junto a sus antepasados en un umbrío cementerio frente al mar. Stamatis decide instalarse en una pequeña casa encalada situada en medio de una hectárea de escarpadas vides, en la costa norte de Icaria, y se prepara para morir.
Se prepara para morir, pero...
En un primer momento suele pasar los días en la cama, recibiendo los cuidados de su madre y de su esposa.
Pero muy pronto redescubre la fe de su infancia y comienza a visitar, cada mañana de domingo, la pequeña capilla ortodoxa situada en lo alto de la colina, donde su abuelo había sido pope (sacerdote de la iglesia ortodoxa griega). Cuando sus amigos de la infancia se enteran de su vuelta, empiezan a visitarlo cada tarde. Sus conversaciones pueden durar horas, y se acompañan invariablemente de una o dos botellas de vino de cosecha. “Mejor morir feliz”, se dice Stamatis.
Pero algo extraño pasará en los meses siguientes. Stamatis cuenta cómo empieza a sentir que va recuperando sus fuerzas. Un día, invadido por unas especiales ganas de hacer cosas, decide plantar algunas hortalizas en su huerto. No tiene previsto cosecharlas él mismo, pero disfruta del sol y de respirar la brisa marina. Lo hace por su mujer, para que ella pueda disfrutar de las hortalizas una vez que él se haya ido.
Pasan seis meses. Stamatis Moraitis sigue vivo. Lejos de entrar en agonía, consigue ampliar su huerto y, al sentir que recupera fuerzas, también se encarga de limpiar el viñedo familiar. Poco a poco se va adaptando al ritmo de vida apacible de la pequeña ciudad: se levanta cuando le apetece, trabaja en el viñedo hasta el mediodía, come bien y luego duerme una larga siesta. Por las tardes adquiere la costumbre de acercarse a la taberna de la esquina, donde juega al dominó hasta bien entrada la noche. Y pasan los años. Su salud no hace más que mejorar. Decide añadir algunas habitaciones a la casa de sus padres. Desarrolla el viñedo hasta producir 1.500 litros anuales de vino.
Stamatis Moraitis vivió hasta el 3 de febrero de 2013. Tenía 98 años (según un documento oficial que él mismo cuestionaba, ya que afirmaba tener 103) y ni rastro de la enfermedad que le había sido diagnosticada décadas atrás. Jamás se sometió a quimioterapia ni tomó medicamentos de ningún tipo. Lo único que hizo fue marcharse a vivir a Icaria.
¿Es representativo su estado?
El caso de Stamatis Moraitis y de la isla de Icaria ha sido objeto de un reportaje de la National Geographic Society (editora de la famosa revista National Geographic).
Además, en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Atenas, el demógrafo belga Michel Poulain determinó que el número de habitantes de la ciudad de Icaria que alcanzan la edad de 90 años superan en dos veces y media a los estadounidenses. Los hombres en concreto tienen cuatro veces más probabilidades de alcanzar la edad de 90 años que los hombres estadounidenses, y disfrutan en general de un mejor estado de salud. Y, lo que es más: viven de 8 a 10 años más antes de morir de cáncer o de enfermedad cardiovascular, presentan una menor tasa de depresión y su tasa de demencia senil no alcanza ni la cuarta parte que la de la población estadounidense.
Los secretos de Icaria
Según el doctor Leriadis, que vive y cuida de los habitantes de Icaria, la buena salud de éstos se debe a su modo de vida y a las óptimas relaciones sociales que existen entre los habitantes, pero también a una especie de tisana, el “té de las montañas”, elaborada con hierbas secas que crecen en la isla y que se consume cada día por la noche. Se trata de una mezcla de mejorana silvestre, salvia, romero, artemisa y hojas de diente de león y de menta (fliskouni), a la que añaden un poco de limón.
La doctora Ionna Chinou, profesora de Farmacia en la Universidad de Atenas y una de las mejores expertas europeas en las propiedades bioactivas de las plantas, lo confirma: la menta silvestre combate la gingivitis y los trastornos intestinales, el romero es un remedio contra la gota. Y la artemisa mejora la circulación sanguínea. Esta tisana es una importante fuente de polifenoles, que tienen poderosas propiedades antioxidantes. Y la mayoría de estas plantas son ligeramente diuréticas, lo que ayuda a combatir la hipertensión.
La miel también se considera toda una panacea. “Aquí existen tipos de miel que no se ven en ninguna otra parte del mundo”, afirma el doctor Leriadis. “La utilizamos para todo; desde el tratamiento de lesiones hasta la resaca o la gripe. Las personas de edad avanzada de este lugar comienzan el día tomando una cucharada de miel, como si se tratase de un medicamento”.
Bases de la alimentación en Icaria
Para desayunar, los habitantes de Icaria toman leche de cabra, vino, infusión de salvia o café, pan y miel. En el almuerzo, comen casi diariamente lentejas o judías, patatas, ensalada de cardo, hinojo y de una planta similar a la espinaca llamada horta, y hortalizas de temporada; todo ello regado con aceite de oliva. La cena se compone de pan y leche de cabra. En Navidad y Pascua celebran la matanza del cerdo de la familia y comen el tocino en pequeñas cantidades durante los meses siguientes.
La doctora Christina Chrysohou, cardióloga de la Facultad de Medicina de la Universidad de Atenas, ha estudiado la dieta de 673 habitantes de Icaria, constatando que éstos consumen seis veces más legumbres (judías, lentejas, garbanzos, etc.) que los estadounidenses, comen pescado dos veces a la semana y carne cinco veces al mes. Asimismo beben de dos a tres tazas de café y de dos a cuatro vasos de vino al día.
Pero, claramente, la buena salud de los habitantes de Icaria se debe más bien a aquello que no consumen. La harina blanca y el azúcar no figuran en su dieta tradicional.
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