Saalumarada Thimmakka acepta los reconocimientos, pero señala que ninguno la ha ayudado a salir de la pobreza (Arun4speed – Wikimedia Commons)
Sus vecinos la llaman Saalumarada, que en la lengua Kannada significa “fila de árboles”. El sobrenombre expresa la admiración por la extraordinaria obra de esta mujer india de 105 años. Pero no siempre fue así. Antes soportó el desprecio a su pobreza, el estigma por no poder entregar hijos al mundo, el aislamiento tras la viudez y la mezquindad de sus parientes.
Thimmakka nació pobre en el poblado de Hulikal, más de 2.000 kilómetros al sur de Delhi, la capital. En lugar de ir a la escuela y jugar, como deberían hacer los niños, llevaba a pastar al ganado y las ovejas. A los 10 años fue empleada como culi, “de la mañana a la noche, realizando labores agotadoras”, describió a la televisora Al Jazeera en 2013. Nada raro en ese país asiático donde se calcula que más de cuatro millones de menores trabajan.
Desafío a la infertilidad
La vida le cambió cuando conoció a Bikkala Chikkayya. El hombre que la amó durante 25 años como su esposo la animó a sembrar árboles. La sugerencia emergía del dolor: la pareja había entendido tras innumerables intentos que no podía concebir. La infertilidad en la India, como en otras culturas de naciones en desarrollo, se castiga con el rechazo social. En casos extremos el estigma se extiende al resto de la familia.
Bikkala Chikkayya le dijo que los árboles serían como los hijos que la naturaleza esquiva no había querido concederles. La decisión de plantar otra simiente en la carretera de Hulikal a la vecina aldea de Kudoor le dio un sentido a sus vidas y, a la postre, les devolvió el aprecio de sus compatriotas.
El primer año sembraron una decena de posturas de baniano o higuera de Bengala, un árbol de la familia del ficus. Cada día, después de concluir el trabajo, la pareja acarreaba el agua para alimentar sus crías, en un camino de cuatro kilómetros. La tenacidad no era una opción en un terreno árido, polvoriento, que el cielo regaba caprichosamente. Además, el ganado podía destruir las pequeñas plantas si no las protegían con arbustos espinosos que Bikkala Chikkayya desplegaba. Saalumarada le pedía al dios Indra que los bendijera con un poco de lluvia.
Y así sucedió hasta que Bikkala Chikkayya murió, y también luego, a pesar de que la viudez forzó a Saalumarada a vivir en una choza, apartada del resto de los vecinos. Ni siquiera sus parientes sintieron compasión por la anciana y la obligaron a venderles un pedazo de tierra que era su única propiedad.
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Saalumarada durante una de las ceremonias de homenaje, con su hijo adoptivo a la derecha (Saalumarada Thimmakka International Foundation)
La madre de los árboles
Pero los árboles no dejaron de crecer, robustos, en el camino de Hulikal a Kudoor. En 1996, cinco años después de la muerte de su esposo, Saalumarada salió finalmente de la mala sombra.
El azar colocó a un hombre nacido en el estado de Karnataka a la cabeza del país, lo cual atrajo la atención de la prensa. Un periodista publicó la historia de Saalumarad y casi de inmediato la elite gobernante se interesó en la obra de esta mujer. El nuevo primer ministro, H. D. Deve Gowda, le otorgó el National Citizens Award. A partir de ese momento los reconocimientos lloverían sobre la nueva heroína de la naturaleza.
El gobierno de Karnataka construyó una casa para ella. Delhi le concedió una discreta pensión. El año pasado la cadena británica BBC coronó la oleada de homenajes al nombrarla entre las 100 mujeres del año. La ficha publicada por ese medio le atribuye la siembra de más de 8.000 árboles (otras fuentes sitúan esa cifra entre 300 y 400) y una cita: “Todos, desde los niños hasta los ancianos, deberían plantar y hacer crecer árboles: sería beneficioso para todos nosotros.”
A los 105 años, una edad que su memoria y sabiduría avalan, Saalumarada vive con su hijo adoptivo Sri Umesh B. N., quien dirige una fundación ecologista inspirada por la obra de la anciana. Su vida nos revela una enseñanza filosófica: el que pacientemente siembra árboles en terreno árido, sin esperar nada a cambio, recibirá una lluvia de bendiciones. Pocos comprenden esta verdad simple. Lástima.
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