Silencio... Gordon Hempton despliega sus micrófonos bajo el susurro de las coníferas. El viento agita las copas y las ramas chocan. El medidor marca 45 decibelios. El bosque respira hondo... Silencio
“El avance impetuoso de la civilización hace que cada vez sea más difícil encontrar el silencio”, advierte Hempton, que hace diez años dio la vuelta al mundo (con parada en el parque de Doñana) rastreando los sonidos naturales en estado puro. Uno de los pocos lugares en que fue capaz de encontrarlo fue precisamente aquí, a tres horas escasas de Seattle, en estas montañas envueltas por el musgo y el misterio.
Silencio... Pasamos sobre un riachuelo. Nos detenemos en el puente. El ecologista acústico le toma la medida al rumor del agua. 69 decibelios... Silencio.
“Una conversación humana discurre a 60 decibelios”, advierte. Cualquier ruido imprevisto puede hacer que el medidor de dispare por encima de los 75 decibelios, pero una especie de hechizo parece proteger a este bosque y a su defensor más callado y conspicuo.
¿Su sonido predilecto? “El gorjeo de los pájaros al amanecer” ¿Su ruido más odiado? “El de un avión a primera hora de la mañana”... Y en ese momento rasga el cielo un avión lejano, cuando llevamos 38 minutos de caminata.
Hempton lleva varios años intentando convencer a Alaska Airlines para que desvíe sus vuelos y no irrumpan en su “santuario”. Al menos no incordian tanto como en Yosemite, la joya (profanada) de los parques naturales.
Llegamos al cabo de dos horas a un árbol hueco, bautizado como la “puerta del silencio”. Allí registramos los 32 decibelios, el punto más cercano a la quietud total. Y por fin nos acercamos por fin a la mítica “pulgada”, que tiene algo de altar, con una jarra que contiene los pensamientos de todos los peregrinos del silencio.
Hempton mide por última vez el sonido natural: 39 decibelios, con la ráfaga inesperada que pone el contrapunto al último y mágico destello de la tarde.
Tardaremos en volver a hablar, y nuestra propia voz nos resultará estridente y antinatural...
“Tenemos que aprender a escuchar el silencio, y lo que viene después del silencio: un mundo de sensaciones nuevas, compuesto por pequeños e infinitos sonidos, que son el pálpito de este maravilloso planeta”.
Newsweek ha colgado en su página web un vídeo sencillamente maravilloso, sosegado y lleno de detalles hermosos, distinto. Se trata de una pieza en lengua inglesa de Nick Sherman sobre Gordon Hempton, un sonidista ecologista que se dedica a grabar los sonidos de la naturaleza en ausencia del ruido humano, libre de contaminación acústica.
La verdad es que la pieza, que combina la voz de Hempton con sonidos de pájaros, del agua, del viento, es tan hermosa como el mensaje que transmite: nuestro sonidista empezó a “escuchar de verdad”, por primera vez, a los 27 años, echado en un campo de maíz mientras caía sobre él una tormenta de rayos… Desde entonces, sus pistas de sonidos de la naturaleza son un recordatorio y una forma de reclamar los espacios libres de ruido.
De igual forma, Hempton sugiera que todos debemos calmarnos un toque, quedarnos quietos y aprender a escuchar el silencio. No se pierdan el vídeo, tras el salto, para reposarse un poco del trajín de nuestra ruidosa vida…
1 comentario:
La verdad es que resulta increíble que el silencio se haya convertido en una joya escasa. Simplemente con experimentarlo uno se renueva de energía y su cerebro funciona con más claridad.
Un abrazo
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