Por los Dres. Roman Bystrianyk y Suzanne Humphries, 11 de julio de 2015
Los libros de
historia clínica ensalzan casi de manera unánime las virtudes de la
vacunación. Al leer estos libros uno se queda con la impresión de que
durante los años 1800 y 1900 se producían terribles epidemias que
mataban a un sinnúmero de personas y que gracias a las vacunas se pudo
superar esa situación. Esto es lo que la mayoría de las personas creen, y
si hablamos con otras personas la impresión que tienen es la misma. Por
lo general, es un hecho reconocido por la sociedad.
“Es difícil
subestimar la contribución de la inmunización a nuestro bienestar. Se
estima que si no fuera por la vacunación infantil contra la difteria, la
tos ferina, el sarampión, las paperas, la viruela y la rubéola, así
como la protección que ofrecen las vacunas contra el tétanos, el cólera,
la fiebre amarilla, la poliomielitis, la gripe, la hepatitis B, la
neumonía bacteriana y la rabia, las tasas de mortalidad infantil
probablemente estarían en torno a un 20-50%. De hecho, en los países
donde no se administran las vacunas, las tasas de mortalidad entre los lactantes y los niños pequeños se mantienen en ese nivel” (1).
Paul Offit explica en su reciente libro Deadly Choices: How the Anti-Vaccine Movement Threatens Us All cómo la vacuna contra la tos ferina ha reducido el número de muertes por esa enfermedad, de 7000 a sólo 30.
“La tos ferina (pertussis) es una infección devastadora. Antes de que se aplicase
la vacuna por primera vez en Estados Unidos en la década de 1940,
alrededor de 300.000 casos de tos ferina causaban la muerte de 7000
personas al año, la mayoría niños pequeños. Ahora, debido a la vacuna
contra la tos ferina, menos de 30 niños mueren cada año por esta
enfermedad. Los tiempos están cambiando” (2).
Este tipo de
información también se recoge en las revistas médicas. Un extenso
estudio sobre la tos ferina y la vacuna contra la tos ferina se publicó
en 1988 en la revista Pediatrics. El primer párrafo de este artículo decía lo siguiente:
“En Estados Unidos, la tos ferina se ha controlado con éxito mediante la inmunización
en masa de los lactantes y los niños. En la época anterior a la vacuna,
se registraban de 115.000 a 270.000 casos de tos ferina y de 5.000 a
10.000 muertes cada año debido a la enfermedad. Durante los últimos 10
años, se han producido de 1200 a 4000 casos y de 5 a 10 muertes al año”
(3).
Este párrafo da una
idea del tono del resto del artículo: miles de personas morían cada año
de tos ferina, pero después de la introducción de la vacuna, las muertes
se redujeron drásticamente. Cualquier persona que lea esto, por
supuesto que creerá en los beneficios de las vacunas.
El problema con ese
tipo de consideraciones es que no están de acuerdo con las evidencias.
Cuando nos fijamos en los datos reales, vemos que aunque mucha gente
murió de tos ferina en la primera década de 1900, cuando se introdujo la
vacuna la tasa de mortalidad en Estados Unidos se había reducido más de
un 90%. Uso la misma fuente que utilizó la revista Pediatrics en su artículo, y vemos que la disminución de las muertes alcanzó un máximo del 92% antes de que se introdujese la vacuna DTP (DPT (o en ocasiones DTP) es una mezcla de tres vacunas que inmunizan contra la difteria, Bordetella pertussis (la tos ferina) y el tétanos) (4).
Este artículo de la revista Pediatrics da
lugar a confusión, porque siendo leído principalmente por médicos da la
impresión de que las vacunas fueron las únicas responsables de la
disminución de las muertes. El número real de fallecimientos en el
momento de la introducción de la vacuna DTP fue de aproximadamente 1200 y
no de 5000 a 10000 como a menudo se dice. Una vez más, esa idea errónea
de que fueron las vacunas las responsables de la mayor parte de
disminución de la mortalidad es algo generalizado y extendido por todos
los rincones de nuestra sociedad.
Es importante también hacer notar que cuando se mira
el gráfico se puede ver claramente que la tendencia era año tras año la
de una disminución de las muertes por tos ferina. Cuando se introduce la
vacuna no se produjo ningún efecto aparente en la tendencia hacia la
baja.
Otro conjunto de datos de Inglaterra a principios del
siglo XX, nos muestra que no hay ningún impacto con la introducción de
la vacuna. Se puede ver que la tasa de mortalidad ya había disminuido un
98% antes de administración de la vacuna a nivel nacional en la década
de 1950.
En Inglaterra se comenzó a llevar un registro
estadístico desde 1838, es decir, 62 años antes de que apareciesen las
primeras estadísticas oficiales en Estados Unidos. En cuanto a estos
datos, se observa que la tasa de mortalidad por enfermedades infecciosas
era muy alta en los primeros años 1800, aunque ya se había reducido a
mediados de 1800, y en 1900 era prácticamente cero. En cuanto a las
muertes por tos ferina en Inglaterra, ya habían disminuido más de un 99%
antes de que se introdujese cualquier vacuna.
En el caso del sarampión, la tasa de mortalidad ya había disminuido en casi un 100%.
El análisis de los datos muestra que ese mantra tan
repetido de que fueron las vacunas la clave para la disminución de la
mortalidad por enfermedades infecciosas es falso. Las muertes ya habían
disminuido en gran medida antes de la vacunación. En el caso de la
escarlatina y otras enfermedades infecciosas, las muertes se redujeron
casi a cero antes de que hubiese una vacunación generalizada.
Por desgracia, esta creencia errónea ha llevado a
mucha gente a confiar en la vacunación como única manera de hacer frente
a las enfermedades infecciosas, cuando claramente se observa que tuvo
que haber otros factores que hicieron que la mortalidad disminuyese.
Esos factores han sido la higiene, los sistemas de saneamiento, la
nutrición, la mejora de las condiciones laborales, la electricidad, la
cloración del agua, la refrigeración, la pasteurización y otras muchas
facetas de la vida moderna que ahora damos por sentadas. Muy poco de la
mejora de las tasas de mortalidad tienen que ver con la Medicina. Un
informe de 1977 estimaba, como mucho, que aproximadamente el 3% de
disminución de la mortalidad por enfermedades infecciosas puede
atribuirse a la atención médica moderna.
“En general, las intervenciones médicas ( ya sean quimioterapéuticas o profilácticas) parecen haber contribuido muy poco a la disminución general de la mortalidad en Estados Unidos desde 1900, ya que en la mayoría de los casos se introdujeron con posterioridad al descenso de la mortalidad y cuando se hicieron efectivas tuvieron muy poca influencia. Más
concretamente, si hacemos referencia a cinco enfermedades infecciosas (
gripe, neumonía, difteria, tos ferina y poliomielitis), en las que la reducción de la mortalidad estaría relacionada con el momento de la intervención, resulta
bastante inverosímil que esta disminución sea atribuible a dichas
intervenciones… Se estima que a lo sumo puede haber influido en un 3,5%
en la disminución de la mortalidad desde 1900 gracias a las medidas
médicas introducidas en relación a las enfermedades aquí consideradas”.
(5)
El énfasis que se pone hoy en día en la
administración de una mayor cantidad de vacuna, se debe en parte a lo
arraigado de ese pensamiento. El hecho de que las muertes por
enfermedades infecciosas disminuyeran en gran medida mucho antes de
introducir la vacunación y los antibióticos, se sigue ignorando. Durante
todo este tiempo se podían haber creado unas mejores condiciones para
aprender a manejar todas las infecciones de una manera más integral. Sin
embargo, hasta la fecha, a pesar de tan importantes cambios, poco hemos
aprendido de las lecciones de esta historia. Siguen olvidadas las
soluciones que llevaron a una disminución del 99% en las muertes ,
poniendo todo el énfasis en ese 1% final, lo que habría ocurrido de todo
modos, incluso sin ninguna vacuna.
Sin embargo, todavía queda alguna disensión, un
reconocimiento de que las vacunas no fueron la causa de tan importante
disminución de la mortalidad por enfermedades infecciosas. A veces
también se apunta a la aparición de los antibióticos y una mejor
atención médica, y de mala gana se da algo de crédito a los servicios
de saneamiento y otros factores. Existe poca curiosidad por saber cómo
influyeron todos estos factores y cómo se siguen aplicando en la
actualidad. En cambio, ahora se pone un mayor énfasis en la incidencia
de la enfermedad después de la vacunación, y menos en la mortalidad. El
razonamiento es que con la poca incidencia de la enfermedad gracias a
las vacunas, ya no hay riesgo de muerte. Parece un enfoque razonable,
pero ¿para qué ha servido?
Tomemos el caso de la tos ferina, por ejemplo. En
1979 Suecia dejó de administrar la vacuna DTP sobre la base de que no
era eficaz y posiblemente peligrosa. El temor era que, con unas tasas de
vacunación más bajas, aumentase la tasa de mortalidad. ¿Fue esto lo que
sucedió?
En una carta de 1995 de Victoria Romanus del Instituto Sueco de Control de Enfermedades Infecciosas,
decía que las muertes por tos ferina se mantuvieron muy cerca de cero.
La población de Suecia era de 8.294.000 habitantes en 1979 y de
8.831.000 en 1995. De 1981 a 1993 se registraron ocho fallecimientos de
niños en los que la causa aparece como tos ferina. Esto da una tasa de
mortalidad por tos ferina de 0,6 niños al año. Estas cifras muestran que
las probabilidades de morir por tos ferina en Suecia es de 1 por 13
millones, incluso sin que haya ningún programa nacional de vacunación de
tos ferina. (6)
En Inglaterra la tasa de vacunación DTP se redujo del
78% al 30-40% debido a las preocupaciones sobre su seguridad. Se
suponía que habría un aumento de las muertes debido a una menor tasa de
vacunación. Durante los años 1976-1980 se registraron las menores tasas
de vacunación. Según las estadísticas oficiales, el número de muertes
durante esos años fue de 35. Las muertes en los cinco años anteriores
(1971-1975), con unas tasas de vacunación más altas, fueron 55,
alrededor de 1,5 veces más que cuando las tasas de vacunación fueron más
bajas (7). Es decir, ocurrió lo contrario de lo que se pensaba iba a
ocurrir.
¿Se han controlado las tasas de incidencia de la tos
ferina? La triste verdad es que la tos ferina no ha sido erradicada y es
endémica. Un gran número de personas todavía tosen por la presencia de Bordetella pertussis,
las bacterias implicadas en la tos ferina. Debido a la disminución de
la inmunidad inducida por la vacuna, hasta un tercio de la tos
persistente de debe a la tos ferina.
“Aunque la tos ferina se ha considerado
tradicionalmente una enfermedad de la infancia, está bien documentada su
presencia en los adultos desde hace casi un siglo y actualmente está
reconocida como una de las causas más importantes de enfermedades
respiratorias en los adolescentes y adultos. A causa de la disminución de la inmunidad, adultos y adolescentes pueden contraer la enfermedad incluso si hay un historial
completo de vacunación o enfermedad natural…Estudios realizados en
Canadá, Dinamarca, Alemania, Francia y Estados Unidos, indican que del
12 y el 32% de los adultos y adolescentes con tos persistente durante
al menos 1 semana, están infectados con Bordetella pertussis”. (8)
Vamos a centrarnos en otras enfermedades infecciosas,
como el sarampión. Tenga en cuenta que en el año 1963 se produjeron muy
pocas muertes por sarampión. Durante ese año, en Nueva Inglaterra sólo
se produjeron cinco muertes atribuidas al sarampión ( Maine:1; New
Hampshire:0; Vermont:3; Massachusetts:0; Rhode Island:1; Connecticut:0)
(9). El número de muertes por asma fue 56 veces más alto que las de
sarampión durante ese año.
¿Pero ese declive se debe a la incidencia de la
vacuna? Hay diferentes gráficos que se pueden encontrar en Internet que
reflejan muy poca incidencia en la disminución. El gráfico que he
encontrado sólo tiene algunos puntos de referencia y una línea entre dos
puntos muy distantes en el tiempo. Esta gráfica es de mala calidad y
establece una conclusiones incorrectas. Observando datos más completos
de la incidencia, se comprueba un descenso en la incidencia en 1963, que
es cuando se introduce la vacuna contra el sarampión.
La incidencia del sarampión parece caer de forma
drástica a partir de 1963. Sin embargo, ¿ este descenso se puede
atribuir al éxito de la vacuna contra el sarampión? Las primeras vacunas
contra el sarampión contenía virus muertos en un precipitado de
aluminio, producido a partir del cultivos de células de riñón de mono
inactivado con formaldehído. Un estudio de 1967 revelaba que la vacuna
podía producir neumonía, así como encefalopatía (inflamación del
cerebro).
“La neumonía es un hallazgo consistente y prominente. Se
produce fiebre severa y persistente y dolor de cabeza, que cuando está
presente, sugiere una afectación del sistema nervioso central. De hecho,
en la revisión de un paciente mediante encefalograma, se observó una perturbación de la actividad eléctrica , lo que sugería encefalopatía… Estos resultados adversos de la vacuna con virus inactivos del
sarampión fueron algo inesperado. Pero su presencia debe acarrear una
restricción en el uso de la vacuna con virus inactivos del sarampión. Ahora recomendamos que no se administre más esta vacuna con virus inactivos del sarampión” (10).
El uso de vacunas con virus muertos se abandonó
rápidamente (11). Pero también se produjeron problemas importantes con
las vacunas vivas, que al no estar muy atenuadas produjeron un sarampión
modificado, una erupción en la mitad de los inyectados, que
esencialmente es equivalente a un caso de sarampión. El 48% de las
personas tenían esta erupción, y el 83% presentaba una fiebre de hasta
41ºC después de la inyección.
Entonces, ¿cómo es posible hablar de que la
incidencia del sarampión cayó tan espectacularmente después de la vacuna
de 1963? En parte, tiene que ver con la propia definición. Si usted
tiene fiebre muy alta después de ser vacunado, por supuesto que usted no
tiene el sarampión, incluso si se encuentra peor de haber contraído el
sarampión de forma natural.
De vuelta a la década de 1960, se esperaba que con
una sola administración se protegiese de por vida sin efectos serios,
que luego resultó no ser cierto.
“El Servicio de Salud Pública de Estados Unidos ha
autorizado una nueva vacuna, refinada, contra el sarampión con virus
vivos. Aunque se han autorizado desde 1963 varias vacunas con virus
vivos, todas ellas proporcionando inmunidad de por vida con una sola
administración sin graves efectos secundarios, la nueva es considerada
por los epidemiólogos como “la mejor hasta ahora en la minimización de
los efectos secundarios”. (12)
Incluso se llegó a decir en la década de 1960 que
sólo con un cierto número de niños vacunados era suficiente para
erradicar el sarampión.
“El sarampión, una enfermedad inofensiva de la niñez que puede matar, será casi erradicada de la mayor parte del país dentro de un año, según predicen
las autoridades del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos… Aunque
todavía hay más de 12 millones de niños susceptibles, con la vacunación
de 2 a 4 millones de niños se puede acabar con la
enfermedad, de acuerdo con el Dr. Robert J. Warren del Centro de
Enfermedades Transmisibles de Atlanta” (13).
Más de una década después, todavía no se había
logrado el objetivo de erradicar el sarampión. Varias epidemias se
repitieron a lo largo de los años en Estados Unidos.
“En 1989 la nueva teoría sobre el fracaso en la
erradicación de algunas enfermedades era que las anteriores vacunas no
ran tan eficaces como se creyó en un principio. Algunas de
las primeras vacunas producidas en grandes cantidades en 1963 contenían
el virus muerto. En 1989, el Dr. Figin, del Hospital de Niños de Texas,
declaró que creía que la vacuna de 1963 no fue muy eficaz y que la
vacuna de 1967 era inestable y perdía su efectividad si no se
conservaba adecuadamente refrigerada. No fue hasta 1980 cuando una
vacuna viva y estable contra el sarampión estuvo disponible” (14)
Ese mismo año, después de que tres tipos de vacunas
contra el sarampión no hubieran podido erradicar la enfermedad o incluso
una inmunidad fiable del grupo, los científicos de vacunas cambiaron el
rumbo y dijeron que en lugar de una sola administración, con la nueva
vacuna viva se necesitarían dos dosis para obtener una protección
fiable. También recomendaron que todos los menores de 32 años se
revacunasen porque las viejas vacunas que recibieron eran inadecuadas.
Una única administración, como se prometió para proporcionar inmunidad
de por vida contra el sarampión en la década de 1960, no fue suficiente.
¿Y se estaba produciendo de todos modos un declive en
la incidencia del sarampión antes de 1963? Si miramos los datos de
incidencia del sarampión, la tendencia de la línea muestra que ya la
incidencia estaba en declive.
De hecho, de haber seguido esa tendencia, la
incidencia del sarampión habría llegado a cero alrededor del año 2000.
Este fue el año en que el CDC declaró que el sarampión había sido
erradicado de Estados Unidos.
¿Y valió la pena tanto esfuerzo y tantas reacciones
adversas para tratar lo que se consideraba en 1963 una enfermedad leve
de la niñez?
Cuando oímos hablar de las vacunas, a menudo nos
cuestan una historia muy simple de cómo se estimula la aparición de
anticuerpos. La teoría dice que la estimulación de anticuerpos crea una
memoria de una determinada enfermedad, de modo que la próxima vez que te
encuentras con ella el cuerpo va a derrotar al enemigo con rapidez. Es
una historia bonita, sencilla y fácil de recordar.
Creemos entender cómo funciona el sistema
inmunológico hablando de anticuerpos y protección, y mencionarlos juntos
es como pensar que sabemos cómo funciona realmente un coche porque
vemos que tiene ruedas. El sistema inmunológico es una entidad muy
compleja y poco comprendida, compuesto por muchas líneas celulares, cada
una de las cuales produce diferentes productos químicos que se liberan
en la sangre. Estos productos químicos son utilizados por el cuerpo y
cambian de acuerdo con la edad, el estrés, el estado nutricional, el
medio ambiente, y toda una serie de factores que apenas entendemos.
“…el sistema inmunológico sigue siendo una
caja negra”, dice el Dr. Garry Fathman, profesor de inmunología y
reumatología y director asociado del Instituto de Inmunología de
Trasplantes e Infecciones… “Es extremadamente complejo, comprendiendo
por lo menos 15 tipos de células que interactúan entre sí, segregando
diferentes moléculas en la sangre que se comunican entre sí y hacer
frente a una infección. Dentro de cada una de esas células hay decenas
de miles de genes cuya actividad pueda alterarse por la edad, el
ejercicio, la infecciones, las vacunas administradas, la dieta, el
estrés, etc…Es un gran conjunto de piezas móviles. Y no se sabe muy bien
lo que hacen la mayoría de ellas… o deberían hacer”. (15)
El sistema inmune se divide tradicionalmente en el
sistema inmune humoral, que está relacionado con los anticuerpos, y el
sistema inmune celular, que no implica a los anticuerpos, pero sí la
activación de varias células tales como las células asesinas naturales.
Lo que sí sabemos, contrariamente a la creencia popular, en que los
anticuerpos no son necesarios para una recuperación completa en caso de
sarampión.
“… los niños con un síndrome de deficiencia
de anticuerpos cursan un ataque muy leve de sarampión con la
característica erupción y una recuperación normal. Además, no son
posteriormente propensos a una reinfección. Por lo tanto, parece que los
anticuerpos del suero, en cualquier caso, no son necesarios para la
producción de una erupción de sarampión, ni para la recuperación normal
de la enfermedad; ni para prevenir la reinfección” (16).
Los niños con un déficit en la producción de
anticuerpos, lo que se denomina agammaglobulianemia, se recuperan del
sarampión tan bien como los niños que producen anticuerpos normalmente, y
esto ya se sabe desde finales de 1960, cuando se estaban desarrollando
las vacunas. Pero la respuesta de los anticuerpos es lo único de lo que
se habla y lo que se promueve cuando se trata de las vacunas. Este
descubrimiento perturba el paradigma simplista de la protección de los
anticuerpos, y se consideró desconcertante este documento médico de
1968.
“Uno de los descubrimientos más desconcertantes en
la medicina clínica fue el hallazgo de que los niños con la enfermedad
congénita de la agammaglobulianemia, con escasez de anticuerpos y
con rastros insignificantes de inmunoglobulina en circulación,
contrajeron el sarampión de forma normal, mostrando la secuencia
habitual de los síntomas y signos clínicos, siendo posteriormente
inmunes” (17)
¿Que papel juega la nutrición en relación a las
enfermedades? Descubierta en la década de 1920, la vitamina A se
denominó vitamina antiinfecciosa. Es la única que tiene una estrecha
relación con la mortalidad por sarampión. Durante la década de 1990, se
midió una reducción de la mortalidad de un 60 al 90% en los países
pobres utilizando vitamina A en los casos de hospitalización por
sarampión.
“Los análisis combinados muestran
que dosis altas de vitamina A administradas a los pacientes
hospitalizados con sarampión redujeron en aproximadamente un 60% el
riesgo de muerte, y una reducción aproximada al 90% entre los lactantes…
La administración de vitamina A a los niños que desarrollaron neumonía
antes o durante la estancia hospitalaria redujo la mortalidad en un 70%
en comparación con los niños del grupo de control”. (18).
La disponibilidad de frutas y verduras ricas en
vitamina C es otro factor que interviene en la morbilidad por enfermedad
o reducción de la mortalidad. Se ha producido en general una mejora en
la nutrición, como se puede observar en el paralelismo en la disminución
de las muertes por sarampión y la enfermedad por deficiencia de
vitamina C, el escorbuto. Los estudios realizados en los años 1940
mostraron que la vitamina C era muy eficaz contra el sarampión, sobre
todo cuando se utiliza en dosis altas.
“Durante una epidemia (de sarampión) se utilizó
vitamina C como profilaxis y todos los que recibieron unos 1.000 mg cada
seis horas, por vía muscular o venosa, estuvieron protegidos contra el
virus. Administrando 100 mg por vía oral en zumos de fruta cada dos
horas no se protegía, a menos que se le diese durante todo
el día. Se encontró además que 1000 mg por vía oral, de cuatro a seis
veces al día, modificaba la incidencia de la infección: con la aparición
de las manchas de Koplik y de fiebre, si se aumentaba a 12 dosis cada
24 horas, todos los signos clínicos y síntomas desaparecían a las 48
horas” (19)
En el año 1900 se utilizaron con éxito otros
tratamientos contra el sarampión. En 1919, el Dr. Drummond comentó que
el aceite de canela era una eficaz profiláctico contra el sarampión o
que por los menos hacía que fuese un sarampión leve.
“Durante mi práctica médica me encontré con un
caso de sarampión en la familia, prescribiendo aceite de canela a todos
los miembros desprotegidos de la familia. La mayoría de ellos y con este
tratamiento ( con canela) no sufrieron la enfermedad ( el sarampión), o bien la cursaron de forma muy leve” (20)
La nutrición y otros factores tienen una gran
relevancia en el sarampión, así que ¿por qué no hablamos en absoluto de
esto? Debido a que el énfasis se pone en una sola cosa, muy lucrativa,
la vacunación médica. Este es el único paradigma que se ha extendido y
barrido al resto de estrategias.
Otro factor clave a considerar es que la vacuna
contra el sarampión no crea una inmunidad de por vida, mientras que la
infección natural de sarampión sí que lo hace. La única manera de
permanecer inmune mediante inmunidad artificial a través de las vacunas
es el de ser vacunados varias veces durante toda la vida. Todavía no
sabemos cómo influirá a lo largo de varias generaciones la vacunación.
Las epidemias podrían volver a darse en un futuro.
Un estudio publicado en 2009 en Proceedings of the Royal Society investigaba
qué podría suceder en caso de reducirse la inmunidad de la vacuna
contra el sarampión, incluso con una alta tasa de vacunación en los
niños. Se predecía, ,después de una ausencia de la enfermedad entre la
población, que la aparición de la infección daría lugar a epidemias
mucho más graves que lo predicho por los modelos estándar.
“Podemos prever que la vacunación tendrá efectos
contradictorios… reduciéndose el número de personas susceptibles entre
los recién nacidos y por lo tanto tendrá algunos beneficios de salud
pública, reduciéndose el número de casos entre los niños. Sin embargo,
esta reducción en el número de casos conducirá a una reducción en el
estímulo y por lo tanto a una mayor susceptibilidad de infección en las
personas de más edad… Cuando disminuye la inmunidad, la vacunación tiene
un impacto mucho más limitado en el número promedio de casos. Si bien
esta observación tiene claras implicaciones de salud pública, las
consecuencias de la interacción entre la vacunación, la disminución de
la inmunidad y el estímulo van mucho más allá. Con unos altos niveles de
vacunación ( mayor del 80%) y niveles moderados de inmunidad ( en los
mayores de 30 años), se pueden producir ciclos de epidemias de considerable importancia” (21)
Un estudio de 1984 (22) informaba que en el año 2050
la proporción de personas susceptibles de contraer sarampión puede ser
mayor que en la era prevacunas. ¿Así que hemos creado una bomba de
tiempo con la disminución de la inmunidad? ¿Habrá grandes epidemias de
sarampión en un futuro? De haberlas, se echará la culpa de ellas a los
no vacunados, sin ninguna consideración a lo que se lleva haciendo
durante más de 100 años, y se obligará a vacunarse a diferentes grupos
de edad.
Debido al celoso sesgo provacunas que impregna
nuestra sociedad, se siguen sin reconocer las verdaderas fuerzas que
impulsaron el descenso de muertes por enfermedades infecciosas.
A lo
sumo se reconoce que el saneamiento pudo tener algún efecto, pero
todavía siguen teniendo un mayor crédito la asistencia médica y los
antibióticos.
Diversos grupos que se denominan así mismo escépticos buscan detener cualquier planteamiento en contra de la vacunación.
La definición de escéptico solía ser “el
que por instinto o habitualmente duda, pregunta, o no está de acuerdo
con las afirmaciones o conclusiones generalmente aceptadas”, pero
esta definición en su uso moderno ha sido transformada y secuestrada en
favor de alguien que apoya ciegamente cualquier posición ortodoxa como
si de un Evangelio se tratara.
Estas personas continúan en su cruzada de
apoyo a las vacunas, a toda costa, atacando cualquier cosa que
cuestione su miope punto de vista. Si esas personas tuviesen el deseo de
conocer la verdad, tal vez tendrían que mirar debajo del capó de las
enfermedades infecciosas y las vacunas, y aprender un poco más.
¡Imagínense lo que puede haber en el maletero!
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1. Irwin W. Sherman, Twelve Diseases That Changed Our World, 2007, p. 66.
2. Paul A. Offit, MD, Deadly Choices—How the Anti-Vaccine Movement Threatens Us All, 2011, p. xii.
3. James D. Cherry, MD MSc; Philip A. Brunell, MD;
Gerald S. Golden, MD; and David T. Karzon, MD, “Report on the Task Force
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vol. 81, no. 6, Part 2, p. 939.
4. Historical Statistics of the United States Colonial Times to 1970 Part 1, Bureau of the Census, 1975, pp. 77.
5. John B. McKinlay and Sonja M. McKinlay, “The
Questionable Contribution of Medical Measures to the Decline of
Mortality in the United States in the Twentieth Century,” The Milbank
Memorial Fund Quarterly, Health and Society, vol. 55, no. 3, summer
1977, p. 425.
6. Letter from Victoria Romanus, MD, PhD, Department
of Epidemiology Swedish Institute of Infectious Disease Control,
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7. Record of Mortality in England and Wales for 95
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1970–2008.
8. Edward Rothstein, MD, and Kathryn Edwards, MD,
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9. Vital Statistics of the United States 1963, Vol. II—Mortality, Part A, pp. 1–18, 1–19, 1–21.
10. Vincent A. Fulginiti, MD; Jerry J. Eller, MD;
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11. “Measles Vaccine Effective in Test—Injections
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12. “Thaler to Hold State Senate Hearing to Find Fastest Way to Expedite Plan,” New York Times, February 24, 1965.
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14. Lisa Belkin, “Measles, Not Yet a Thing of the
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21.J. M. Heffernan and M. J. Keeling, “Implications
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22. D. L. Levy, “The Future of Measles in Highly
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Epidemiology, vol. 120, no. 1, July 1984, pp. 39–48.
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